Todos
los programadores y agentes promotores del ámbito de la música clásica son
conscientes del desafecto taquillero entre esta y los jóvenes. Entre tanto
sesudo estudio, que para todo circula por ahí, echo de menos uno que
proporcione datos de pirateo de música clásica y de edad de los piratas. Me
consta que intentan romper ese desafecto y anhelan la presencia de la juventud
en sus auditorios. La tarea es difícil en un mercado de género donde juventud y
poder adquisitivo son difícilmente compatibles.
Incompatibles
le parecen, a nuestro crítico, a parte del público vitalicio, y a alguna gente
casposa el derecho a la libertad indumentaria y el gusto sinfónico, la decencia
musical y la manga corta. Eso concluyo de ciertos mensajes de las redes
sociales y de las alusiones a las corbatas en la misa de Mozart, motivo crítico
a las proclamas de libertad de etiqueta de la dirección de Quincena. Cualquiera
diría que, salvo la Marcha Radetzky en la Sala Dorada de Viena, toda interpretación ha de ser oída en postura,
tesura y tersura.
Arredra
ese personal capaz, como antaño en las iglesias, de restringir la entrada a almidonados
y similares. No quiero creer que pretendan dificultar o imposibilitar el acceso
de jóvenes y mucha otra gente a esa parcela cultural, pero en el fondo exigen
que así sea. Sí ya el precio de las localidades es restrictivo, si se declara
incapaz para el disfrute de ciertas obras a personas sin motivación religiosa
y, además, no se puede escuchar en camiseta ni un miserable aleluya, que me
expliquen qué es lo que entienden, o lo que de cultura tiene un Requiem o un
Stabat Mater.
No hay comentarios:
Publicar un comentario