Atraído por una propuesta de 2016 paseo
por el pasillo central de los jardines de Ondarreta. Al fondo, el costado de la estatua de la reina Maria Cristina ,
una más, obliga al paseante cotidiano a hacerlo como en una rotonda. Ante ese
fondo brotan, como trasmochados tamarindos enanos, vegetación rodeando un
pilón, las fuentes que la artista Maider López ha plantado en el suelo tras
rescatarlas de los almacenes municipales. Es curioso el paisaje, tan curioso
como desconcertante. Que en mitad de trayecto broten e irrumpan elementos de
hierro colado, aparentemente antiguos, o antiguos para gran parte de la
población, reproducción en verde incomprensible para los que bebimos de bocas
de faunos de hierro que no dejaban de manar, sí que provoca.
Son elementos que en la ciudad
decidimos reponerlos por distintas razones, en su mayoría por reformas
urbanísticas. Su contemplación despierta todo tipo de sentimientos: evocación,
nostalgia, bondad, nobleza, gusto, amor, cursilería, poder, igualdad... todo lo
que el lector quiera. A mí me produjo turbación. Quizás porque ya no vi allí a
aquella viajera de cercanías, procedencia y origen desconocidos, que lavaba su
fiambrera en la fuente, o a aquel indigente que se aseaba y afeitaba en la
fuente, ni a su cuadrilla. La fuente estaba allá, ni la viajera, ni el
indigente, ni las personas a las que los espacios contemporáneos les impiden
descansar, tomar aliento o asentarse, estaban. Aquellos vecinos, otrora
molestos y ofendidos, acudirán a aquella su fuente tan bonita, retirada de su
vista, hoy tan bien cuidada y guardada por la ciudad. Recordarán su belleza. Se
confundirán.
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