Si ya la pericia geopanorámica
–exhibida tras la celebración del evento, nunca antes- mostrada por miles de
ciudadanos al hilo de la ceremonia inaugural me causó un pasmo del que no me he
sobrepuesto, ahora me desbordan los hidrólogos, oceanógrafos y otros gramáticos
pardos que actúan como clientes o servidores en el tercer sector de todo el
territorio. ¡Cuánto conocimiento desaprovechado y talento desviado! Estoy
seguro de que si el milagro de los peces se llegara a producir en el tramo de
río entre Martutene y la desembocadura del Urumea, por muy milagro que fuera,
la explicación no sería la de un hecho milagroso sino la que nos
proporcionarían ese número incontable de enterados y todólogos que pueblan
nuestra bendita tierra. Donde hay ciencia y conocimiento que se borren los
milagros.
Me asombró mi jefe, por algo es jefe,
cuando una visita nos explicó cómo los primeros puentes del Urumea, en sucesión
histórica, no sufrieron daños en el temporal y cómo resultaron perjudicados el
cuarto y el quinto. Siendo así las cosas mi jefe lo entendió a la primera y,
para más inri, explicó el fenómeno de tal forma que yo, inmerso en
declinaciones, palabros y verbos, soy incapaz de reproducir. Saber y
naturalidad. Le comenté el asombro a mi hermano que también se explayó en lo
del canal del cauce que impulsa al agua que empuja desmedida… mientras
preguntaba si yo era bobo, a ver si no había oído nunca hablar de la ola de
Koipe, ola nunca comentada en este periódico pero muy citada en círculos en los
que mandar a alguien a freír espárragos es decirle que vaya a surfear a la ola
de Koipe. Compro tabla... filológica, y queda ésta para la historia ya que
Koipe se fue.
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