Pienso, y me duele, que si
determinados ciudadanos de Cataluña que tienen propensión a vernos como
picapedreros, hacheros, levantadores de cargas y cortadores de leña, tuvieran
la responsabilidad de comisariar una ceremonia inaugural de un evento catalán
de intención internacional, nunca se les ocurriría echar mano de una identidad
ruralizada, ni de legendarias raíces decimonónico-románticas. Me empieza a
resultar molesto que caigan en esa tentación. No sé si es consecuencia de que a
los vascos nos ven así o piensan, y espero que así sea, que nos gusta que nos
vean así.
Mal me empezó la ceremonia inaugural y
no me lo mejoró su desarrollo. Nos ha dejado sumidos en un caos de opiniones
que, salvo excepciones dignas de atento estudio, no dejan de coincidir en su
decepción y desilusión. ¿ciudadanía conservadora? ¿sabemos hacer algo más que golpear
el tambor a ritmo? ¿tendremos oportunidad de redimirnos? Seguro que sí.
Destacan los responsables que ahí
queda eso, la participación de la
gente. No deja de ser un balance inquietante. Creo que hay
una tendencia excesiva a evaluar determinados resultados con el único criterio
del número de participantes, en política, en cultura, en todo. Que demasiadas
veces se ocultan los criterios evaluatorios con el argumento de que se trata de
que la gente pariticipe, conviva.
No tengo la menor duda de que la gente
participó el día pasado, pero alguien me debería contar de que trata eso de
participar, porque me temo que aquello fue una metáfora de la participación, de
lo que hasta ahora, todos y en todo, nos hemos contado que es la participación.
Y no.
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