He
de reconocer que, a la hora de ponderar el listón del sufrimiento me resulta
más molesta que creíble la expresión “es duro tener que vivir con escolta”. No
todas las personas obligadas a no separarse de sus guardaespaldas y obligadas a
vivir protegidas tienen la misma capacidad de relatar sus vivencias. El hecho
de tener que vivir de esa manera tan anómala debiera de ser suficiente para
certificar las penalidades de una persona escoltada, pero los detalles y
pormenores de las vivencias de esas personas merece más crédito que la propia
retórica, por muy políticamente correcta que esta sea.
Casi
la cuarta parte de mi vida la he vivido escoltado y nunca dije esa frase, no me
lo parecía. Una persona escoltada que vive inmersa en el pánico, que tiene un
miedo cerval, no se queja porque la escolten. Todo lo contrario, es incapaz de
vivir sin ellos. Su drama consiste en que para ser persona, para sobrevivir,
para disponer de libertad, para hablar con serenidad, para todo, necesita ir
guarecido por dos personas armadas.
La
relación con esas personas armadas es equívoca. Es difícil determinar cuándo es
cada cual sirviente o patrón. Es cruel tener que separar lo humano de lo
profesional. Las vidas en juego son las de todos. En tiempos en los que, para
recordar el miedo, el mucho, pero que mucho miedo, que compartimos, sin que
nunca se borrara la sonrisa de su cara, en tiempos en los que podíamos haber
sido solo amigos ha caído derrotado por la enfermedad Josetxo, uno de esos
armados a quienes les debo gratitud, que me protegió para poder seguir siendo
persona. Eskerrik asko guztioi.
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