Ahora
que ya somos pobres, o poco menos, podemos decir las cosas con calma y sin
miedo, sin temor a las consecuencias fiscales que de ello pudieran derivar. Es
más, nos produce cierto regusto imaginar que tenemos un problema con hacienda y
capacidad y solvencia para arreglarlo. Pagaríamos con espíritu generoso y en
una cena de amigos diríamos que esa mañana acabábamos de regularizar nuestra
situación, con recargo incluso, para rematar diciendo. ¡cómo son! Pero como
somos pobres, o poco menos, no tenemos ese problema. Ni tenemos margen para la
irregularidad ni la cadena de corrupción nos ha enganchado. ¡Ni para eso! Quizás
vayamos tarde.
Por
lo demás, bien. El fútbol nos ocupa en tareas verdaderamente importantes, como la
de los papeles de Rulli, que parecen incautados en la guerra civil y que el
Archivo de Salamanca, ese maldito estado, no nos los quiera devolver. Gritamos
para quien nos quiera oír que no somos más ridículos porque no queremos, una
cuestión de voluntad, de decisión, no de fatalidad. Y, eso sí, aplaudimos al
delantero, punta de nuestra usurpadora y decepcionante vanguardia social,
aunque nos defraude millones o maltrate a sus novias. Si es gol es gol, ¡oye!
¿cómo no me voy a sentir perseguido?
Pero no hay motivo para el
pesimismo. Parece ser que en San Sebastián han identificado a un joven que
alquilaba, el muy golfo, su vivienda de protección oficial pagada por todos
nosotros, eso dicen. Y alguno más también. La sociedad ha reaccionado y ha emprendido
una campaña político mediática contundente. Incluso el alcalde se ha puesto a
su cabeza. Han prohibido diferenciar a jóvenes pícaros supervivientes y jóvenes
codiciosos y avariciosos, que los hay. Está claro que no soy joven.
No hay comentarios:
Publicar un comentario