Hay
personas que se imaginan, llegadas a un cargo político, intranquilas si no declaran
al día dos o tres personas non gratas. Otras, prudente o imprudentemente, se
dedicarían a retirar honores y distinciones. Recuerdo la propuesta de retirada
de la medalla de la ciudad a Franco que saldada con la intervención de la
concejala que dijo que “…lo que le importa a él. ¿Y a su familia? Vamos, no le
digo…!” Pretender retirar distinciones y no pedir responsabilidades a quienes,
injusta e inmerecidamente, las concedieron, es una infantilada propia de gente
que se pavonea con principios a la carta. Hoy gobiernan, sin memoria ni
testigos, parte de los que propusieron aquella retirada. No pasa nada.
Dudo
seriamente de la opinión que el alcalde de Cádiz hubiera manifestado en caso de
ser concejal de la oposición y otro prócer hubiera propuesto la concesión de la
medalla de oro a la Virgen
del Rosario. ¡Claro que tiene mérito la virgen al llegar virgen a nuestros días!
pero no creo que su reconocimiento más adecuado sea la medalla de ninguna
ciudad. Menos dudas tengo sobre lo que escribiría, en la sección
correspondiente, de quien teniendo como blasón la exigencia de coherencia ha
ofrecido explicaciones aliñadas con lecciones inéditas, e irrepetibles supongo,
de laicidad churrigueresca.
Podría
decirse que son cosas que no ocurren entre nosotros, o que ocurren por ahí
abajo, si no fuera que nuestra ciudad tiene concedida su medalla de oro, que el
reglamento dice que hay que devolver una vez fallecida la persona designada, a
la Virgen del Pilar y a la del Coro. Se puede explicar el asunto con el
argumento de la dictadura o el discurso pabliano, a elegir: qué a quién.
No hay comentarios:
Publicar un comentario