Sí, el poema del portugués que se admiró de que todos los
niños de Francia, ya desde su más tierna infancia, supieran hablar francés. O
el del familiar argentino de mi amigo que en visita a París no pudo ocultar su
extrañeza: ¡Che, cuanto turista negro hay en París! Tantos, tantos, que
millones de ciudadanos franceses ya no saben cantar La Marsellesa. Puede que
sea pérdida.
No olvido, no, cómo de tus primeros viajes me trajiste aquel
pequeño ejemplar del Diccionario de Tópicos de Flaubert y otro del Quijote en
lengua francesa. Solías ser un sinfín en cuanto te ponías a hablar del
urbanismo, la cultura y la vida francesas, las parisinas más en concreto. Te
imaginaba en una salida de misa en Notre Dame, como uno más, como si fueras de
allá, incluso judío. Yo fui años más tarde siguiendo tu pista. Tu habías
elevado ya el vuelo a territorios anglófonos, guardo los ejemplares de James y
Faulkner. Hoy, ya no te sigo, sabes, el pánico a volar, pero sé de tus andanzas
en parajes acogedores, postcomunistas, asiáticos, africanos. Me cuesta
confundirte con los nativos e indígenas, pero no te imagino ni guiri, ni
turista.
Esa
labor de concienciación para con las realidades que, sucesivamente, visitas,
esa difusión de sus culturas y mentalidades que nos proporcionas. Tú no eres un
turista ¡Qué va! Por eso te entiendo cuando criticas la turistización de
nuestros pueblos y ciudades, ¡con qué precisión distingues a los visitantes, a
los turistas y otro tipo de viajeros observadores! Admiro el esmero de tu
discurso. Pero ¿qué es un turista? ¿y si descubriéramos que todo es un engaño?
¿Que no son turistas? ¿Que son miembros activos de ONGs solidarias con
nosotros? Acabarán siéndolo. Todos.
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