¡Frustración!
Cuanto más agudas e incisivas se plantan mis observaciones y miradas, más peco
de ingenuidad. En esas condiciones dilapido
mis restos de crédito. Fisgoneando videos del Alarde, me detuve en uno de un
ensayo del mixto. Desconocía ensayos callejeros. Desfilaban alegres y
musicales, ellos y ellas, con normalidad más que aparente. Nada me llamaba la
atención. Un segundo visionado me dio para observar los entornos, igual de
normales. Sólo una señora, esquina superior izquierda de la pantalla, sentada
en un banco entre otra mujer y un hombre, miraba, creo, al suelo, a ninguna
parte, a la búsqueda de un pendiente o similar, dije yo. Su mano tapaba los
ojos como guareciéndose de un sol que dudo le afectara. El gesto duraba más de
lo normal y empecé a pensar que pudiera ser que fuera lo que yo no pensaba. Una
más atenta mirada me hizo ver a la otra señora sentada en escorzo, como que no
veía, que no quería mirar. Ahí caí en la cuenta. Se trataba de ese gesto de
rechazo, nada educativo, ni edificante, ni convivencial, que usan las masas
para no dar la cara a la situación. Se tapan la cara, cubren la mirada. Ocultan
la vergüenza.
Contaban el chiste, uno más de Fraga y
Cabanillas, que, viajando por la costa gallega en un día de insoportable calor,
se les ocurrió parar en una sinuosa cala y bañarse en cueros vivos. Interrumpió
el refresco un autobús de colegio de monjas en excursión que también se detuvo
a descansar en la cala. Cabanillas y Fraga salieron de estampida al oír el
griterío de las niñas. Sin tiempo para vestirse, corrían a todo meter, Fraga se
tapaba con las manos sus vergüenzas y Cabanillas le gritaba:
-
Así
no, Manoliño, así no. Así ¡La cara, tápate la cara!
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