Hasta
hace diez años nos solía llover de todo y nos hacía muy malos y variados tiempos,
tan malos que la pura supervivencia colmaba nuestra felicidad. Todo era duro y
cruel, muy cruel, pero no sé si alguna vez me arrepentiré de ese pasado nada
libre de tintes heroicos y repleto de errores y meteduras de pata.
Aunando
impulsos políticos coloristas de buena disposición y reuniendo cuartos
arrancados a todos los departamentos municipales, salvo al mío propio, y, cosa
rara entonces, a algún otro foral que no ponía impedimentos a colaborar con la
ciudad de San Sebastián establecimos las condiciones de celebrar la primera
bandera femenina de la Concha. Desde ese momento el amigo concejal de deportes,
Jon Lasa, y el que suscribe nos constituimos en pareja de hecho entusiasmada
por una empresa que, salvo para los políticamente hipercorrectos, parecía
bastante difícil de llevar a cabo. El día que la trainera vencedora ondeó la
bandera del triunfo no pudimos contener las lágrimas.
Todo
fue una fiesta, la fiesta más sentida. Veíamos y oíamos mucho macho. Machos
ofendidos, machos lerdos, machos evidentes contra los cuales la batalla era
frontal. Había, y hay, otro tipo de macho, el macho cortés, educado, de boca
limpia. ¿Y si hace mal tiempo saldrán las chicas? Parecía que lo estuvieran
deseando. Consiguieron un tiempo infernal -hay testimonios gráficos- tan
infernal que si Lasa y yo hubiéramos tenido algo de seso, sordera para la
pasiones, y un mínimo sentido de la prudencia, no hubiéramos permitido la
salida de aquella regata en la que aquellas soñadoras, pusieron en serio riesgo
sus vidas. Hoy, diez años, histórico, celebro la suerte que nos acompañó. La
historia nos absuelve a todos.
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