Aquel
que queriendo ser escritor lo hizo en dirección contraria, es decir
que para ponerse a la cola en lugar de ir a Madrid se vino a San
Sebastián, ha publicado un texto titulado Un Morroi Chino Con Un
Higo En la Coleta Es un texto más de esos veinticinco que bajo el
cartel Baroja (&yo) viene poniendo en el mercado el sello navarro
Ipso ediciones, en demostración de que tenemos más Barojas que
autores puedan escribir sobre él.
Yo
pico siempre porque siempre encuentro, o me descubren, un Baroja
exclusivamente mío, un Baroja que adoré, un Baroja que, cuando su
sombra empezó a desaparecer en Euskadi, me avergonzó que me gustara
y al que me querían obligar a renunciar. Afortunadamente pude
acumular el valor suficiente para quererlo y conservarlo.
No
me ocurrió lo mismo con el autor del texto en cuestión, Raúl
Guerra Garrido. De disfrutar de sus primeras obras pasé a una
indiferencia por razones ideológicas u orgánicas, aunque no dejé
de leerle con el rabillo del ojo. Abandonada, de largo, la idea de la
guerra entre lenguas, la vida fue implacable con nosotros, más con
unos que con otros, y tuvo que aguantar violencias y censuras ante
las que no se arredró. Quemaron la farmacia de su familia, lo
persiguieron de forma infatigable los fabricantes del miedo y lo
protegieron, ¡carajo!, aquellos que hacían desaparecer sus textos
sin ninguna censura.
Hoy
miro atrás y me ataca la vergüenza, los que no miran imponen. Miro
atrás y veo una imperdonable falta de consideración ciudadana, de
negación de derechos y de reconocimiento cívico y literario a quien
ha sabido ser un vasco valiente y decidido y corre el riesgo de ser
proscrito a la sombra de un folletín devenido best seller. Urge.
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