viernes, 14 de diciembre de 2018

LUCAS 2, 7

EL DIARIO VASCO 14-12-2018



Aburrirme a mi es casi imposible, cabrearme, por el contrario, me temo que es cada vez más fácil. Y así vivo, con dificultades en aumento para discernir el cabreo del aburrimiento. No siempre es vida. Vida era aquella en la que nos creíamos a pies juntillas el relato. Cantábamos villancicos con pasión, “hau da fortuna heldu zaiguna! Gloriosua da gaurko eguna!” los había de chicos y de chicas, e incluso llegamos a cantar alguno en castellano “…cual capullo delicado, entre abrojos escondidos en Belén, hoy, ha nacido la más bella y tierna flor. Entre pajas, niño mío, sollozando…”
         Hoy que desparramo agnosticismo, nada me ayuda el descreimiento. Amanezco entre chamarileros y feriantes, comerciantes y mandangas en una ciudad que no quiere serlo. Lucecitas y castañas, gentes sin principio ni fin. Compre usted algo. Personajes míticos, en calles y vitrinas reyes magos, papanoeles, klauses, olentzeros, domingis y antónimas, y viceversa. Uno tiene la impresión de que no tiene más opción que asistir a la pueblerina concentración de personajes mitológicos, saturnos postmodernos, o al incasable amotinamiento y amontonamiento de pensionistas a vista de noria. Entre tanta ramplonería además de la fe se han perdido buenas costumbres y poder adquisitivo, aquellas compotas, aquel besugo.
Alguien ha hecho desaparecer mi biblia de consulta. He tenido que echar mano de otro ejemplar. Nácar-Colunga. “Y dio a luz a su hijo primogénito, y le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, por no haber sitio para ellos en el mesón” (San Lucas 2,7). Ha sido mi acto cultural navideño. No se me entusiasme el cristiano, porque no es cuestión de fe, lo es de nivel cultural. No había opción.

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