viernes, 28 de diciembre de 2018

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EL DIARIO VASCO 28-12-2018


Que para qué tengo que decir nada si nadie me va a hacer caso. Suele ser un golpe directo a mi hígado. No se cura el golpe ni haciéndole saber que cuando anuncia pescado para la cena nos evaporamos todos, porque nos suena a ingesta nutriente obligatoria y no a sabrosa cena en cálido ambiente familiar. Soy incorregible y siempre tengo algo que decir, siempre, y ese no callar puede producir vergüenza y sonrojar a los seres queridos. Y sigo con la columna, que no se diga.
         He desparramado cientos de columnas por esta sección. Me asaltan un sinfín de preguntas ¿Por qué? ¿Para qué? ¿quién me he creído? ¿Para quién? Para nadie, quizás. Pero me sigue costando callar algunas cosas que pienso ¿o es exhibicionismo? ¿egolatría? No lo sé. Dudo. Dudo y pienso que si en lugar de cientos de razones, las mías, no habrán sido más que una única razón cientos de veces repetida. Probablemente sea esto último, pero uno no está libre de ser sometido por sus quereres, por sus temores, por sus aspiraciones. O sea, que ya me conocen.
         En cualquier caso, como prueba de que gente buena hay en todos lados, no puedo pasar por alto el respeto y las expresiones cariñosas de los lectores. Nunca les agradeceré lo suficiente que no se hayan sentido castigados ni ofendidos por mis palabras, y que hayan hecho ímprobos esfuerzos por comprenderme. Todos merecemos comprensión.
         Hoy, último viernes del año, es esta mi última columna. Este mismo día de hace un año nos dejó Berrio por el New York Times. Hoy lo hago yo, que, sin superar el ámbito de la lengua castellana, barajo alternativas que, una vez dilucidada la cláusula del euskera, andarán entre Orígenes y Lunes de Revolución. Es lo mío. ¡Viva la gente buena! Es mucha.

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