El vasco universal, que nos
visita cada navidad, empezó a darse a conocer por la generalidad en el cuarto
final del siglo pasado. Olentzero era un cultismo muy particular de pequeñas
localizaciones del País Vasco, y más de fin año; dado al vino y algo sucio, muy propio en casi todos
los mitos saturnales, y tripero, tripón y tripudo. No se le conocían amores ni
debilidades carnales más que las citadas; el atributo de la ternura y bondad
cocacoleñas y la generosidad y disposición para el reparto de cuanto regalo
cabe en las existencias de depósitos de hipers, franquicias y cadenas no le son originales ni congénitas. Lo
configura así nuestro vicio de cebar, engordar y replicar mitos.
Desde
entonces ha cumplido muchas obligaciones, pero ni ha sido negro ni étnicamente
marcado, ni homosexual, al menos en público, ni minusválido, ni desahuciado, ni
camionero de peaje, no ha sido nada diverso, ni siquiera ha sido mujer.
Constituido para subvertir y redimir, su única corrección política ha sido la
de anunciar el nacimiento de dios, repartir regalos y seguir las modas
neovascas. Tan correcto que lo han emparejado con Mari Domingi, la del
villancico, de quien, si el tiempo no lo remedia, solo se sabrá que fue pareja
ocasional de Olentzero a comienzos del XXI, o alguna preñez, aun por inventar,
a lo San José.
¿Será que no es posible ser mito
soltero desde la perspectiva de género paritaria? Yo que los Reyes Magos me
andaría con ojo, porque o los emparejan sin su consentimiento o los hacen
extranjeros, pero en paz
no les van a dejar. Ellos verán.
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